Alberto Sedas (1932-1993); el artista, el acuarelista de la fuerte carcajada y humor a flor de piel, un hombre que en su arte salpicaba la seda, el lino y los papeles franceses en gotas cristalinas, estampando el paisaje urbano y natural de su entorno. Reactivo ante la pasividad y el estancamiento de su época, en su tiempo rompió esquemas establecidos en su lugar natal; Huatusco, un lugar con historia conservadora y vegetación de ensueño.
“Memoche” , como era conocido, si algo quiso con el alma –aparte de su familia- fue a Huatusco. Fue embajador del color viajando por diversos países de Europa, así como varias ciudades de Estados Unidos y Canadá, exhibiendo el paisaje mexicano. Nací en la casa de la Cooperativa de Panaderos de Huatusco, esa fue mi primera “pendejada”; haber escogido para venir los tiempos en que aún estaba latente la lucha cristera; mi nacimiento, un 8 de Abril de 1932, fue como a las cinco de la mañana en pleno piso de tierra, ayudando en el parto la señora Ranzahuer; era el tercer hijo de Luz Castro y el “volado” de mi padre Guillermo Sedas Cora; la travesura la realizó cuando tendría cuarenta y ocho años. A través de fotografías, me he formado una imagen de él, más real que de mi madre, de quien solamente recuerdo que era de baja estatura y me parece ver sus pómulos bien definidos y un cabello muy largo que lucía sobre la espalda. Mi padre era tenedor de libros, de muy buen comer; su línea obesa quedaba con su personalidad, siempre cargando muchas llaves y un gran puro en la boca. Falleció a la edad de 52 años, después de haber sufrido los estragos del buen comer y beber y haber resentido la perdida de treinta mil pesos oro que había depositado en una casa bancaria del Puerto de Veracruz que quebró. Su sepelio fue imponente, debido a que era fundador de la Sociedad de Socorros y Humanidad, que tenía como principal objetivo la ayuda entre sus socios. Abundaron las coronas; todo enmarcado con las marchas fúnebres de una banda de aquella época. Antes de morir, totalmente destrozado física y psicológicamente y además herido en sus fuertes prejuicios religiosos, le hizo saber a doña Sofía Sedas Rivera (esposa y prima hermana) de mi existencia, pidiéndole que se hiciera cargo de mi, que me diera el calor humano del que había carecido. Esta primera infancia (hasta los cuatro años) llena de carencias en todos los aspectos desarrolló al paso del tiempo mis estados emocionales conflictivos. Ya instrumentado todo, mi abuelita me iba a dejar por las mañanas a la casa de esa gran mujer, Sofía Sedas (a quien recordaré hasta los últimos instantes de mi vida con todo el afecto y pasión por ser quién forjo mi carácter); y por las tardes, volvía a tomarme de la mano para regresar a ese mundo de tinieblas ante una solitaria veladora. Todo eso tardo como tres meses, para ver hasta donde Doña Sofía podía cargar con una nueva cruz. Una de esas tardes se dejó venir un torrencial aguacero, hecho providencial creo yo, ya que no había otra; mi nueva madre tenía preparada una paradisíaca y mullida cama. Muy pequeño, pero no pendejo, que me quedo. El Lic. Augusto Galván agilizó los trámites, ya que se encontraba hospedado en la casa, quedando legalmente adoptado. Fungía como delegado de la zona sur del IMSS Don Ernesto Díaz Ordaz, a quien después de tratarlo, le platiqué de mis inquietudes pictóricas y ¿adivine usted quién fue el titular de la clase de pintura cuando se inauguró el IMSS de Córdoba?. “Necesito tu amor más que nunca ahora… Como ustedes podrán imaginar, los familiares de Elsa María pusieron el grito en el cielo, ya que además del modesto salario de maestro ¡era rojillo! ; intervinieron hasta sacerdotes para disuadir de sus ideas a mi futura esposa, aunque, como ya se ha visto, sin ningún éxito. Corrían los años en que actuaba como Rector de nuestra prestigiada Universidad Veracruzana, el Lic. Héctor Salmerón Roiz, de la Ciudad de Cordoba, Ver. Cuando se inició la formación del Taller Libre de Pintura de ésta Ciudad, que venía a sumarse al de Naolinco, Poza Rica, Coatzacoalcos y el Puerto de Veracruz; la finalidad de los mismos es motivar a los concurrentes a despertar en ellos su sensibilidad mediante la perspectiva, mezcla de colores y otras técnicas; ahora bien, lo primero es que el alumno de por sí, todo lo que posea para determinar en primera, su estado emocional y determinar su capacidad artística, una vez teniendo a la mano estos ingredientes, automáticamente se puede tener una idea de la capacidad que puede tener el alumno para el éxito en la vida, por lo tanto los talleres, no en si academias de pintura, sino un aprendizaje que tiene como finalidad hacer que el noble pintor, amplíe su campo de conocimiento y por qué no, llegue al estrellato en las artes plásticas. Don Ernesto, “El Chango”, como cariñosamente le conocían en el argot de la farándula, como buen artista, era un bohemio y por ende, conocedor profundo de la vida. ¡Era un hombre a todo mecate!; gran cocinero y poseedor de muchas genialidades que diariamente se proyectaban con ingenio y crítica en el Diario Novedades. Por supuesto como era mi héroe y, como de acuerdo con mi esbeltez me dejaba crecer la melena, surgió la hipótesis de que yo fuera un “volado” suyo, pero la computadora no falla, y ésta dice que cuando yo fui incubado en la probeta materna, él disfrutaba de la dolce vita parisina. Así que ni por rayos laser … En el tiempo que me dio albergue, el calor humano se hizo presente, y aún después de que dejé su hogar, muy de vez en vez me hacía el aparecido, precisamente a la hora de la comida. El me inscribió a la escuela de pintura La Esmeralda, enclavada en la Colonia Guerrero, a unos pasos del panteón de San Fernando, fue dirigida por los años cincuenta por el famoso Corcito; era una escuela que si bien no tenía la aureola de la de San Carlos, primera escuela de Bellas Artes que fue fundada en América Latina, tenía en su haber el prestigio de ser un centro educativo de avanzada en la época cardenista. ¿Mis enseres de aquel entonces? Un catre, caballetes, pinturas y telas para pintar, junto con mis grandes y entrañables compañeros, los libros de Fiódor Dostoyevski, poemas de Pablo Neruda, las obras completas de José Stalin y una obra rusa titulada “Así se templo el acero” que influyo mucho en mi formación. Pese al ambiente tercermundista de mi covacha, una de sus ventanas me proyectaba las formas de la iglesia de la Sagrada Familia. Todo ello me lanzaba a mundos imaginarios. Por las noches se escuchaba el silbido lejano de trenes, apartándome brevemente de la soledad a la que caía de nueva cuenta con mi nostalgia. Pero retomando el tema de García Cabral, todavía guardo como un gran recuerdo una comida que en Huatusco se ofreció un primero de Mayo a Dagoberto Guillaumín, y Don Ernesto, al verme, se levantó y me plantó un beso en la mejilla, testimoniando con ello que, pese a todos los altibajos, él tenía confianza en mi porvenir. Hay que hacer constar que, gracias a sus relaciones con los regímenes ávilacamachista y alemanista, la ciudad de Huatusco cuenta con la carretera Fortín-Huatusco, un hospital y otras obras que escapan a mi memoria, aunque pasado el tiempo y ante las ingratitudes y malas actuaciones de unos paisanos, Don Ernesto procuraba evitar que su nombre fuera utilizado para otros fines que no fueran en bien de la comunidad. Desde que le di cuerda a mi motor, por los años sesenta, me propuse, junto con Elsa María, ser hombre orquesta, como lo escribiera Alejandro Sorondo en las páginas del Excélsior un 18 de Septiembre de 1978…”Realiza sus acuarelas, las exhibe en galerías cerradas o en plazas públicas o colonias proletarias, promueve eventos, lleva las finanzas. . .” La vida de pintor es muy difícil, principalmente en el ramo de la acuarela. Las pinturas al óleo poseen mucha demanda y el lector quizá se pregunte de qué manera pude subsistir: el toque mágico, el ábrete sésamo han sido mis acuarelas. Se cuestiona uno muchas cosas en la vida. Hay veces en que todo ha estado milimétricamente trazado por el destino, porque con Elsa y sin los niños, hubiéramos sido dos figuras errantes, viviendo únicamente para captar el color y la belleza que nos da a cada instante el deseo de vivir. Los dioses para mí no existen, son más que el producto de nuestra imaginación. Por eso cuando el artista se pone en contacto con la naturaleza y el medio ambiente, las plegarias no son más que la transmutación de lo que percibimos según nuestra concepción. En mi larga carrera nos hemos encontrado con aspectos discordantes, por ejemplo, la vez que expusimos con mucho bombo y platillo en elegante galería OPIC de la avenida Juárez, con una concurrencia selecta y mucho coctel, hubo cero ventas. Lo mismo ocurrió en el famoso Hotel Fiesta Palace. Y a la inversa, en la galería José María Velasco, por el barrio de Peralvillo, tuve todo un cúmulo de satisfacciones; de ahí se generaron los viajes, ya que se vendieron diez pinturas, algo inusitado. Fue construido por los hermanos Prudencio y Aurelio Solleiro, llegados de la madre patria, quienes además de hipotecar y perder la ex hacienda La Cuchilla, tenían encima al sacerdote que desde el púlpito se oponía a la edificación, ya que argumentaba que iba a ser centro de malas costumbres, donde las artistas seguramente irían a enseñar los tobillos. Pese a todo se construyo e inauguró con una gran fiesta. En si el edificio es una copia del que se encuentra en Vigo, España. El coliseo le dio vida a esta comunidad bastante aislada; fue durante unos ochenta años, parte vital de la formación cultural de sus habitantes. Por su foro desfilaron figuras de la talla de Esperanza Iris, Virginia Fábregas, Agustín Lara, los cómicos Palillo y Joaquín Pardavé, María Condesa, Los hermanos Soler, Lupe Rivas Cacho, Chequelo Vásquez, Eugenio Luna y Dagoberto Guillaumín, así como el niño Beto Sedas. Entre las noveles artista que prosiguieron esa azarosa carrera está nada menos que Clementina Lacayo. Por los años de 1956 la señorita Esperanza Martínez, ante la incosteabilidad que para ella representaba ese coliseo, decidió convertirlo en bodega para almacenar café; ante este crimen tan atroz intervinieron unos huatusqueños para tratar de evitar que se llevara efecto tal proyecto. Doña Esperanza, en un gesto altruista decidió donarlo a la ciudad, para lo cual el 8 de Junio de 1956, se formo la primera mesa directiva en pro de la rehabilitación del Teatro encabezado por el Sr. Darío Méndez César como presidente, secretarios Luis Alarcón y Celeste Castillo; como tesorero Pedro Pardo, y como asesores jurídicos los abogados Sergio Alarcón Portilla y Juan Manuel Gutiérrez, contándose 58 miembros de esta sociedad civil que tomó el nombre de la donadora. Cuando nos encontrábamos trabajando por el Teatro Solleiro los miembros de la asociación formada por Miguel Espejo, Joaquín Artigas, Rosina Avendaño, Julia Oviedo, Miguelina Páez, María Elena Canseco y su despampanante hija y un descendiente de los Solleiro, Don Prudencio de los mismos apellidos, nos presentamos ante las cámaras de televisión con el Lic. Jacobo Zabludovsky. Tocamos muchas puertas, trabajamos con pasión y entrega en los siete años que estuvimos en la asociación civil …recuerdo que serían las cuatro de la mañana cuando se abrió una puerta y un apuesto militar nos preguntó: ¿Usted es el maestro Alberto Sedas? De inmediato nos pasó con el Lic. Luis Echeverría y, en forma caballerosa nos sentó en torno de una mesa pequeña, para que le mostráramos todo el álbum que contenía las fotos del Solleiro, el proceso del proyecto y demás aspectos. Miró los planos, y comunicándose con el Ingeniero Enrique Bracamontes de la SAHOP, para que se hiciera cargo. Con fecha 10 de Junio de 1974, la Dirección General de Edificios, pertenecientes a la secretaría de Obras Públicas, nos dio a conocer que se había autorizado la cantidad de tres millones ochocientos mil pesos. ¡lotería ! ; nada más que pasaron los días, las semanas y los meses y pese a las cartas que se enviaban al Ing. Bracamontes, para recordarle el asunto, no recibíamos contestación. A fines de su mandato, Echeverría regresaba de Vancouver, Canadá directamente al puerto de Veracruz; en los momentos en que llegaba al casino de la Escuela Náutica lo saludamos inquiriéndole: – Señor presidente, ¿me podría informar por favor en que curva de las miles que hay en la carretera de México a Huatusco se quedaron los millones de pesos? De vuelta a la realidad… cuando me encuentro en mi refugio de Huatusco, donde escribo estas líneas; me aíslo del exterior y deduzco que la acuarela, con su transparencia y variados y ricos colores, me permite transportarme a otros bellos y menos asfixiantes mundo que me instan más a la contemplación de la naturaleza y amarla con todo mi ser. La vida es un instante, una milésima de segundo…y que para llegar a esta altitud he luchado a brazo partido para no sucumbir ante mares tempestuosos y montañas altísimas. ¿Cuántas veces estuve a punto de desfallecer? el destino me golpeaba y caía, pero con precipitación me levantaba a luchar con más coraje. El infortunio no me vencía, pero algún día ¿cuándo?, tendré que sucumbir, pero eso sí, con plena satisfacción de que lo poco que he logrado lo he realizado con toda la entrega, con todo el amor y la pasión que la sed de existir me ha dado. Uno de mis deleites es leer a Shakespeare y con Hamlet me identifico: “¡Ser o no ser: he aquí el problema! ¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…, dormir; no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!… ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¡quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete?…” Nací en la casa de la Cooperativa de Panaderos de Huatusco, esa fue mi primera “pendejada”; haber escogido para venir los tiempos en que aún estaba latente la lucha cristera; mi nacimiento, un 8 de Abril de 1932, fue como a las cinco de la mañana en pleno piso de tierra, ayudando en el parto la señora Ranzahuer; era el tercer hijo de Luz Castro y el “volado” de mi padre Guillermo Sedas Cora; la travesura la realizó cuando tendría cuarenta y ocho años. A través de fotografías, me he formado una imagen de él, más real que de mi madre, de quien solamente recuerdo que era de baja estatura y me parece ver sus pómulos bien definidos y un cabello muy largo que lucía sobre la espalda. Mi padre era tenedor de libros, de muy buen comer; su línea obesa quedaba con su personalidad, siempre cargando muchas llaves y un gran puro en la boca. Falleció a la edad de 52 años, después de haber sufrido los estragos del buen comer y beber y haber resentido la perdida de treinta mil pesos oro que había depositado en una casa bancaria del Puerto de Veracruz que quebró. Su sepelio fue imponente, debido a que era fundador de la Sociedad de Socorros y Humanidad, que tenía como principal objetivo la ayuda entre sus socios. Abundaron las coronas; todo enmarcado con las marchas fúnebres de una banda de aquella época. Antes de morir, totalmente destrozado física y psicológicamente y además herido en sus fuertes prejuicios religiosos, le hizo saber a doña Sofía Sedas Rivera (esposa y prima hermana) de mi existencia, pidiéndole que se hiciera cargo de mi, que me diera el calor humano del que había carecido. Esta primera infancia (hasta los cuatro años) llena de carencias en todos los aspectos desarrolló al paso del tiempo mis estados emocionales conflictivos. Ya instrumentado todo, mi abuelita me iba a dejar por las mañanas a la casa de esa gran mujer, Sofía Sedas (a quien recordaré hasta los últimos instantes de mi vida con todo el afecto y pasión por ser quién forjo mi carácter); y por las tardes, volvía a tomarme de la mano para regresar a ese mundo de tinieblas ante una solitaria veladora. Todo eso tardo como tres meses, para ver hasta donde Doña Sofía podía cargar con una nueva cruz. Una de esas tardes se dejó venir un torrencial aguacero, hecho providencial creo yo, ya que no había otra; mi nueva madre tenía preparada una paradisíaca y mullida cama. Muy pequeño, pero no pendejo, que me quedo. El Lic. Augusto Galván agilizó los trámites, ya que se encontraba hospedado en la casa, quedando legalmente adoptado. Fungía como delegado de la zona sur del IMSS Don Ernesto Díaz Ordaz, a quien después de tratarlo, le platiqué de mis inquietudes pictóricas y ¿adivine usted quién fue el titular de la clase de pintura cuando se inauguró el IMSS de Córdoba?. “Necesito tu amor más que nunca ahora… Como ustedes podrán imaginar, los familiares de Elsa María pusieron el grito en el cielo, ya que además del modesto salario de maestro ¡era rojillo! ; intervinieron hasta sacerdotes para disuadir de sus ideas a mi futura esposa, aunque, como ya se ha visto, sin ningún éxito. Corrían los años en que actuaba como Rector de nuestra prestigiada Universidad Veracruzana, el Lic. Héctor Salmerón Roiz, de la Ciudad de Cordoba, Ver. Cuando se inició la formación del Taller Libre de Pintura de ésta Ciudad, que venía a sumarse al de Naolinco, Poza Rica, Coatzacoalcos y el Puerto de Veracruz; la finalidad de los mismos es motivar a los concurrentes a despertar en ellos su sensibilidad mediante la perspectiva, mezcla de colores y otras técnicas; ahora bien, lo primero es que el alumno de por sí, todo lo que posea para determinar en primera, su estado emocional y determinar su capacidad artística, una vez teniendo a la mano estos ingredientes, automáticamente se puede tener una idea de la capacidad que puede tener el alumno para el éxito en la vida, por lo tanto los talleres, no en si academias de pintura, sino un aprendizaje que tiene como finalidad hacer que el noble pintor, amplíe su campo de conocimiento y por qué no, llegue al estrellato en las artes plásticas. Don Ernesto, “El Chango”, como cariñosamente le conocían en el argot de la farándula, como buen artista, era un bohemio y por ende, conocedor profundo de la vida. ¡Era un hombre a todo mecate!; gran cocinero y poseedor de muchas genialidades que diariamente se proyectaban con ingenio y crítica en el Diario Novedades. Por supuesto como era mi héroe y, como de acuerdo con mi esbeltez me dejaba crecer la melena, surgió la hipótesis de que yo fuera un “volado” suyo, pero la computadora no falla, y ésta dice que cuando yo fui incubado en la probeta materna, él disfrutaba de la dolce vita parisina. Así que ni por rayos laser … En el tiempo que me dio albergue, el calor humano se hizo presente, y aún después de que dejé su hogar, muy de vez en vez me hacía el aparecido, precisamente a la hora de la comida. El me inscribió a la escuela de pintura La Esmeralda, enclavada en la Colonia Guerrero, a unos pasos del panteón de San Fernando, fue dirigida por los años cincuenta por el famoso Corcito; era una escuela que si bien no tenía la aureola de la de San Carlos, primera escuela de Bellas Artes que fue fundada en América Latina, tenía en su haber el prestigio de ser un centro educativo de avanzada en la época cardenista. ¿Mis enseres de aquel entonces? Un catre, caballetes, pinturas y telas para pintar, junto con mis grandes y entrañables compañeros, los libros de Fiódor Dostoyevski, poemas de Pablo Neruda, las obras completas de José Stalin y una obra rusa titulada “Así se templo el acero” que influyo mucho en mi formación. Pese al ambiente tercermundista de mi covacha, una de sus ventanas me proyectaba las formas de la iglesia de la Sagrada Familia. Todo ello me lanzaba a mundos imaginarios. Por las noches se escuchaba el silbido lejano de trenes, apartándome brevemente de la soledad a la que caía de nueva cuenta con mi nostalgia. Pero retomando el tema de García Cabral, todavía guardo como un gran recuerdo una comida que en Huatusco se ofreció un primero de Mayo a Dagoberto Guillaumín, y Don Ernesto, al verme, se levantó y me plantó un beso en la mejilla, testimoniando con ello que, pese a todos los altibajos, él tenía confianza en mi porvenir. Hay que hacer constar que, gracias a sus relaciones con los regímenes ávilacamachista y alemanista, la ciudad de Huatusco cuenta con la carretera Fortín-Huatusco, un hospital y otras obras que escapan a mi memoria, aunque pasado el tiempo y ante las ingratitudes y malas actuaciones de unos paisanos, Don Ernesto procuraba evitar que su nombre fuera utilizado para otros fines que no fueran en bien de la comunidad. Desde que le di cuerda a mi motor, por los años sesenta, me propuse, junto con Elsa María, ser hombre orquesta, como lo escribiera Alejandro Sorondo en las páginas del Excélsior un 18 de Septiembre de 1978…”Realiza sus acuarelas, las exhibe en galerías cerradas o en plazas públicas o colonias proletarias, promueve eventos, lleva las finanzas. . .” La vida de pintor es muy difícil, principalmente en el ramo de la acuarela. Las pinturas al óleo poseen mucha demanda y el lector quizá se pregunte de qué manera pude subsistir: el toque mágico, el ábrete sésamo han sido mis acuarelas. Se cuestiona uno muchas cosas en la vida. Hay veces en que todo ha estado milimétricamente trazado por el destino, porque con Elsa y sin los niños, hubiéramos sido dos figuras errantes, viviendo únicamente para captar el color y la belleza que nos da a cada instante el deseo de vivir. Los dioses para mí no existen, son más que el producto de nuestra imaginación. Por eso cuando el artista se pone en contacto con la naturaleza y el medio ambiente, las plegarias no son más que la transmutación de lo que percibimos según nuestra concepción. En mi larga carrera nos hemos encontrado con aspectos discordantes, por ejemplo, la vez que expusimos con mucho bombo y platillo en elegante galería OPIC de la avenida Juárez, con una concurrencia selecta y mucho coctel, hubo cero ventas. Lo mismo ocurrió en el famoso Hotel Fiesta Palace. Y a la inversa, en la galería José María Velasco, por el barrio de Peralvillo, tuve todo un cúmulo de satisfacciones; de ahí se generaron los viajes, ya que se vendieron diez pinturas, algo inusitado. Fue construido por los hermanos Prudencio y Aurelio Solleiro, llegados de la madre patria, quienes además de hipotecar y perder la ex hacienda La Cuchilla, tenían encima al sacerdote que desde el púlpito se oponía a la edificación, ya que argumentaba que iba a ser centro de malas costumbres, donde las artistas seguramente irían a enseñar los tobillos. Pese a todo se construyo e inauguró con una gran fiesta. En si el edificio es una copia del que se encuentra en Vigo, España. El coliseo le dio vida a esta comunidad bastante aislada; fue durante unos ochenta años, parte vital de la formación cultural de sus habitantes. Por su foro desfilaron figuras de la talla de Esperanza Iris, Virginia Fábregas, Agustín Lara, los cómicos Palillo y Joaquín Pardavé, María Condesa, Los hermanos Soler, Lupe Rivas Cacho, Chequelo Vásquez, Eugenio Luna y Dagoberto Guillaumín, así como el niño Beto Sedas. Entre las noveles artista que prosiguieron esa azarosa carrera está nada menos que Clementina Lacayo. Por los años de 1956 la señorita Esperanza Martínez, ante la incosteabilidad que para ella representaba ese coliseo, decidió convertirlo en bodega para almacenar café; ante este crimen tan atroz intervinieron unos huatusqueños para tratar de evitar que se llevara efecto tal proyecto. Doña Esperanza, en un gesto altruista decidió donarlo a la ciudad, para lo cual el 8 de Junio de 1956, se formo la primera mesa directiva en pro de la rehabilitación del Teatro encabezado por el Sr. Darío Méndez César como presidente, secretarios Luis Alarcón y Celeste Castillo; como tesorero Pedro Pardo, y como asesores jurídicos los abogados Sergio Alarcón Portilla y Juan Manuel Gutiérrez, contándose 58 miembros de esta sociedad civil que tomó el nombre de la donadora. Cuando nos encontrábamos trabajando por el Teatro Solleiro los miembros de la asociación formada por Miguel Espejo, Joaquín Artigas, Rosina Avendaño, Julia Oviedo, Miguelina Páez, María Elena Canseco y su despampanante hija y un descendiente de los Solleiro, Don Prudencio de los mismos apellidos, nos presentamos ante las cámaras de televisión con el Lic. Jacobo Zabludovsky. Tocamos muchas puertas, trabajamos con pasión y entrega en los siete años que estuvimos en la asociación civil …recuerdo que serían las cuatro de la mañana cuando se abrió una puerta y un apuesto militar nos preguntó: ¿Usted es el maestro Alberto Sedas? De inmediato nos pasó con el Lic. Luis Echeverría y, en forma caballerosa nos sentó en torno de una mesa pequeña, para que le mostráramos todo el álbum que contenía las fotos del Solleiro, el proceso del proyecto y demás aspectos. Miró los planos, y comunicándose con el Ingeniero Enrique Bracamontes de la SAHOP, para que se hiciera cargo. Con fecha 10 de Junio de 1974, la Dirección General de Edificios, pertenecientes a la secretaría de Obras Públicas, nos dio a conocer que se había autorizado la cantidad de tres millones ochocientos mil pesos. ¡lotería ! ; nada más que pasaron los días, las semanas y los meses y pese a las cartas que se enviaban al Ing. Bracamontes, para recordarle el asunto, no recibíamos contestación. A fines de su mandato, Echeverría regresaba de Vancouver, Canadá directamente al puerto de Veracruz; en los momentos en que llegaba al casino de la Escuela Náutica lo saludamos inquiriéndole: – Señor presidente, ¿me podría informar por favor en que curva de las miles que hay en la carretera de México a Huatusco se quedaron los millones de pesos? De vuelta a la realidad… cuando me encuentro en mi refugio de Huatusco, donde escribo estas líneas; me aíslo del exterior y deduzco que la acuarela, con su transparencia y variados y ricos colores, me permite transportarme a otros bellos y menos asfixiantes mundo que me instan más a la contemplación de la naturaleza y amarla con todo mi ser. La vida es un instante, una milésima de segundo…y que para llegar a esta altitud he luchado a brazo partido para no sucumbir ante mares tempestuosos y montañas altísimas. ¿Cuántas veces estuve a punto de desfallecer? el destino me golpeaba y caía, pero con precipitación me levantaba a luchar con más coraje. El infortunio no me vencía, pero algún día ¿cuándo?, tendré que sucumbir, pero eso sí, con plena satisfacción de que lo poco que he logrado lo he realizado con toda la entrega, con todo el amor y la pasión que la sed de existir me ha dado. Uno de mis deleites es leer a Shakespeare y con Hamlet me identifico: “¡Ser o no ser: he aquí el problema! ¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Morir…, dormir; no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!… ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! Porque ¡quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete?…” Infancia
Más feliz contigo que en la compañía de Cristos
Por esos días a los 84 años, murió mi madre Sofía Sedas; sus funerales como ella deseara fueron severos. Recibí un telegrama firmado por una alumna que recibía clases de pintura en el centro de seguridad del IMSS de Córdoba y una carta del Lic. Daniel Souza.
Al regresar a mis clases, la primera pregunta que me hice fue ¿Quién es la Srita. Elsa María Alarcón?, jovencita que me había enviado el único y famoso mensaje de condolencia.
Para ese entonces yo ya rebasaba los 32 años y contra todos mis planes de ser un solterón empedernido, sucumbí ante la delicadeza de Elsa María a quién ante dos aromáticos cafés le dije lo siguiente:
– En primer lugar, está terminantemente prohibido decir NO, porque te repruebo, y además te pierdes la oportunidad de tener maestro de pintura en casa; y con una poesía de Walter Benton, me le declaré:
necesito tu amor;
necesito amor más que esperanza o dinero
más que sabiduría o tragos.
Porque la lenta, negativa muerte
marchita el mundo – y sólo el sí
puede tornar la marea…” Talleres libres de la U.V.
García Cabral
Exposiciones
Teatro Solleiro
Cae el Telón
Por esos días a los 84 años, murió mi madre Sofía Sedas; sus funerales como ella deseara fueron severos. Recibí un telegrama firmado por una alumna que recibía clases de pintura en el centro de seguridad del IMSS de Córdoba y una carta del Lic. Daniel Souza.
Al regresar a mis clases, la primera pregunta que me hice fue ¿Quién es la Srita. Elsa María Alarcón?, jovencita que me había enviado el único y famoso mensaje de condolencia.
Para ese entonces yo ya rebasaba los 32 años y contra todos mis planes de ser un solterón empedernido, sucumbí ante la delicadeza de Elsa María a quién ante dos aromáticos cafés le dije lo siguiente:
– En primer lugar, está terminantemente prohibido decir NO, porque te repruebo, y además te pierdes la oportunidad de tener maestro de pintura en casa; y con una poesía de Walter Benton, me le declaré:
necesito tu amor;
necesito amor más que esperanza o dinero
más que sabiduría o tragos.
Porque la lenta, negativa muerte
marchita el mundo – y sólo el sí
puede tornar la marea…”